En el desarrollo socio-histórico de la humanidad la sociedad
ha asignado valores, temores, responsabilidades sociales, modelos de comportamiento,
gustos, actividades en forma diferenciada a hombres y mujeres. Pautas que han
definido un conjunto de rasgos adquiridos en el proceso de socialización y que
han creado estereotipos sobre el modo de ser hombre o ser mujer en nuestra
sociedad.
Por ser esta realidad socio-cultural resultado de la
construcción “consciente y libre” de los individuos, se refleja en muchos de
los ambientes, tanto ficticios como reales, que permiten la interacción hombre –
mujer. En este sentido, se enfoca el análisis de algunos cuentos del escritor
barranquillero José Félix Fuenmayor, ya que la mayoría de sus textos presenta
una visión tradicional de los roles de género, producto de las características
sociales de su época. En consecuencia, la primera realidad inmediata a la que
nos remiten estos textos está relacionada con los espacios productivos y
reproductivos, es decir, se presenta el modelo femenino en su rol de esposa y
madre, delicada, dócil, obediente y pasiva; mientras que el hombre se
circunscribe en el ámbito productivo, en el manejo de los asuntos públicos, la
fuerza y la razón.
Mujeres como Matea, la madre del personaje principal de “La
muerte en la calle”, la esposa del señor Manuel, la señora Indalecia, la señora
Encarnación, Petrona y Pabla están relegadas al cuidado del hogar, a ser
mujeres dependientes de sus maridos, abnegadas y sufridas en su vida cotidiana.
Esta inscripción en el espacio doméstico no les permitió ser ellas mismas en su
pleno desarrollo como seres humanos, ya que como resultado de una cultura
patriarcal no se les permitía la creación de signos que expresasen su manera de
ver e interpretar el mundo que les rodea, ellas reproducían los signos de la
cultura masculina y a la vez eran signos que los hombres intercambiaban, pues
lo femenino se definía en relación con lo masculino. De acuerdo con esta
particularidad social Florence Thomas afirma:
“Éramos eternamente complemento y por algo figuramos como
segundo sexo. Los hombres ocupan el espacio como sujetos, pertenecen a la
cultura, la generan, la transforman, mientras las mujeres, concentradas en el
espacio doméstico, aisladas unas de las otras y, por consiguiente, de prácticas
colectivas, y así obligadas a vivir sus dificultades como una desgracia
privada, no podían sino imitar y reproducir, con sus vientres circulares, con
el calendario, las fases de la luna, las estaciones y todo lo cíclico, sin
lugar para el sí – mismas, para el nosotras, para el ellas.”
Este es el caso específico de Matea, Indalecia y
Encarnación. Matea una joven “seca, esmirriada, huesudita, fea, cosa que había
sido antes y siguió siendo después”, despreciada por los hombres por sus
condiciones físicas, además por ser madre soltera es ignorada por la sociedad,
sin embargo su presencia en casa de Temistocles y en la tienda cuando compra la
aguja de enfardelar la hace visible ante la sociedad. Se necesitó de la
presencia de Temistocles para que fuese recordada y reconocida por los demás. Ese
signo que representa Matea se centra en su docilidad y laboriosidad, ella es el
símbolo de la mujer ama de casa, “porque es una gran lavandera y una gran
cocinera.” Él no tiene en cuenta su belleza física sino su fuerza de trabajo
para realizar las labores domésticas. Respecto a esta situación, Rafaela Vos
Obeso asevera: “El mundo masculino poseía
expectativas sobre el ideal de mujer por las que se identificaba afectivamente,
en las que la docilidad primaba sobre la serie de atributos que se exigía para
la tranquilidad del marido, de las relaciones familiares y la propia
tranquilidad de las mujeres:”
En cuanto a Indalecia y Encarnación, ellas no tienen un
modelo de vida definidos, ellas son mujeres "ignoradas” por los hombres
que se dedican a la brujería, puesto que no tienen un marido que las provea del
pan de cada día, esta falta de dependencia masculina las presenta como seres
desvalorados cuyo principal sufrimiento es saciar su necesidad alimenticia a
través de la brujería. Esta es una situación muy particular en el desarrollo de
Barranquilla, pues en las primeras décadas del siglo XX muchas mujeres se
dedicaban a la ejecución de prácticas esotéricas; de este modo el texto “Mujer,
cultura y sociedad en Barranquilla 1900 – 1930” se plantea: “Al no tener control social de sus vidas
muchas mujeres manejaron lo esotérico… para negar el sufrimiento, pero también lo
esotérico les sirvió como medio de vida.”
Estas manera de interpretar el mundo definieron espacios de
socialización para hombres y mujeres, la mujer pertenece a su casa y el hombre
a la calle. Representaciones espaciales que simbolizan la oposición sagrado –
profano, el transcurrir cotidiano en el ámbito doméstico hace que la mujer
encarne valores asociados a la intimidad y el afecto, desarrollando una
conducta semejante a la de la Virgen María, modelo de fortaleza espiritual que
reproduce cualidades de mujer abnegada, demostrando una capacidad infinita de
humildad y sacrificio. En consecuencia, la mujer ejerce un rol mediador frente
a lo sagrado. Tal situación se refleja en el comportamiento de Petrona, ella
decide encomendar el problema de apetito de Martín por comer dulces a Dios: “Martin – dijo – hago esta manda: tú y yo
iremos juntos a la procesión del Viernes Santo.”
En oposición a esta realidad está la calle como elemento que
refleja el poder masculino, la independencia y la fuerza física. Por ser la
calle un lugar de congregación de muchas personas, puede haber ambientes de
desorden que le impiden al hombre conservar la integridad moral, así, él puede
adoptar una actitud irreverente o escéptica frente a lo religioso: “– Bueno, señor Martín – dijo el otro –
contamos con ella y Dios se lo pague.
– ¿Para que metes a
Dios en esto?, protesto su compañero.”
Finalmente, se puede decir que los textos narrativos de José
Félix Fuenmayor reflejan una fuerte división entre los roles de la mujer y del
hombre y una valoración social desigual en los ámbitos de interacción
productivo, cultural y comunicativo.
FUENMAYOR, José Félix. Con el doctor afuera. Bogotá:
Instituto Colombiano de Cultura, 1973. (Biblioteca Colombiana de Cultura, 77)
GÉNERO E IDENTIDAD: Ensayos sobre lo femenino y lo
masculino. Santafé de Bogotá, DC: Tercer Mundo Editores, 1995. (Compilado por:
Luz Gabriela Arango, Magda León y Mara Viveros)