Los procesos educativos llevados a cabo en el
interior de cada comunidad son procesos que se desarrollan a partir de la
transmisión de conocimientos, costumbres, formas de actuar y valores, con el
propósito de permitir la vinculación y concienciación cultural, conductual y
moral de las nuevas generaciones en el seno de la sociedad que permite su
desarrollo humano. Es mediante la educación que las niñas, los niños, las y los
adolescentes y jóvenes asimilan la cosmovisión de las generaciones anteriores, sus
conocimientos, sus modos de ser, sus normas de conducta, identificándose con
ellas y acomodándolas a sus estructuras cognitivas para crear nuevas formas de
conocimiento que den cuenta de su manera de ver e interpretar el mundo que les
rodea.
Este proceso de socialización formal de los individuos de
una sociedad incentiva el proceso de estructuración del pensamiento, de la
imaginación creadora, las formas de expresión personal y de comunicación verbal
y gráfica. En consecuencia, las facultades educables de los seres humanos no
sólo responden al desarrollo de procesos mentales y psicomotrices, sino también
de los procesos afectivos y volitivos.
En este contexto la
inteligencia ha dejado de ser algo innato, para considerarla una habilidad que
puede ser aprendida, en consecuencia, los nuevos paradigmas educativos la
consideran como la capacidad de relacionar conocimientos para resolver una
determinada situación. En palabras de Howard Gardner, se define la inteligencia
como la “capacidad intelectual del hombre para resolver :los
problemas o dificultades que encuentre... encontrar o crear problemas
estableciendo las ases para la adquisición de nuevo conocimiento... la creación
de nuevos productos o planteamientos de nuevas preguntas."[1]
La pertinencia del concepto expuesto en el proceso
de enseñanza – aprendizaje implica que la adquisición o modificación de
conductas, conocimientos, destrezas, habilidades o valores como resultado del estudio, la experiencia, la instrucción, la observación y el razonamiento no se basa en su totalidad en el
desarrollo de las aptitudes lingüísticas y lógico-matemáticas, sino en otras
destrezas o habilidades que el propio Gardner ha propuesto en su teoría de las
inteligencias múltiples y que ha venido a fundamentar la nueva visión del
proceso educativo, a saber, la formación integral de las y los educandos.
Para Gardner además de las inteligencias lingüística y lógico-matemática,
existen la inteligencia cenestésico-corporal, espacial, interpersonal,
intrapersonal y musical. En la medida en que los educadores se apropien de las
orientaciones conceptuales propuestas por el psicopedagogo estadounidense se
ejecutarán prácticas pedagógicas que desarrollen el aprendizaje significativo.
Un aprendizaje significativo que reconozca los
saberes previos de cada ser humano para que él como sujeto responsable y
consciente de sus procesos de aprendizaje identifique la pertinencia de lo que
aprende y le otorgue un sentido dentro de sus experiencias personales de vida. Mediante
este aprendizaje se produce una interacción entre lo que ya el individuo conoce
o sabe y las nuevas estructuras cognitivas con el fin de que los nuevos
conceptos, ideas y proposiciones se integren en sus esquemas cognitivos de un
modo no arbitrario y sustancial, favoreciendo la diferenciación, evolución y
estabilidad de los subsunsores (conceptos relevantes) pre existentes y
consecuentemente de toda la estructura cognitiva.
En este punto de la praxis pedagógica el docente debe
contar con estrategias que le permitan al educando pensar, reflexionar sobre lo
que ya sabe, las ideas, proposiciones, estables y definidas, en sus estructuras
mentales de tal manera que pueda establecer una relación con
aquello que debe aprender y con los cuales la nueva información pueda
interactuar. En consecuencia, el uso de métodos, técnicas y medios didácticos apropiados
permitirá una adecuada adquisición, almacenamiento y/o utilización de la
información.
No obstante, durante la preparación de una actividad
pedagógica que busque desarrollar un aprendizaje significativo no es válido
considerar solamente el punto de vista de quién educa y de las estrategias que
puede usar para desarrollarlo, se hace necesario considerar que la pertinencia
que haga el maestro de las actividades u operaciones mentales para facilitar la
adquisición del conocimiento deben responder a las necesidades e intereses de
quien educa. El estudiante marca unas pautas de aprendizaje que se hacen
necesarias tener en cuenta durante la praxis didáctica. Esto nos lleva a
considerar que el reconocimiento de esos estilos de aprendizaje no se convierte
en una herramienta para clasificar a los estudiantes, sino que se convierte en
un eje de apoyo para ejecutar acciones pedagógicas que induzcan al estudiante a
decidirse en la construcción de su aprendizaje, haciéndolo con entusiasmo.
Al respecto, Robert Smith plantea en su libro
Learning How to Learn que los seres humanos "diferimos en la forma en que
abordamos las actividades relacionadas con el aprendizaje. Somos diferentes en
la forma de pensar, de resolver problemas... en la forma en que procesamos la
información".[2]
Lo expuesto no significa que el punto de vista del
docente y del estudiante sobre el proceso de aprendizaje chocan, simplemente
son maneras de ver la realidad que se complementan y que permitirán el la
creación de un contexto educacional agradable y motivante en el que las y los
estudiantes comprendan de una manera factible, fiable y válida lo que están
aprendiendo.
El objetivo final de este aprendizaje significativo
es utilizar lo aprendido en nuevas situaciones, en un contexto diferente. Esto
se conoce como transferencia, de ahí la importancia que se concede al
desarrollo de aprendizaje por procesos. Una secuenciación consciente y
organizativa de las acciones afectivas, mentales, psicomotrices y volitivas
conduce a la construcción de destrezas, habilidades, hábitos y valores que
permitan potenciar el desarrollo humano y la adquisición de los conocimientos
necesarios para la construcción de la propia personalidad.
El proceso de transferencia es un proceso sintético
en cuanto el educando es capaz de interpretar, valorar y transformar la
realidad, de una manera original y creativa, para descubrir y construir definiciones,
leyes, principios y patrones de comportamiento. Son estos últimos los que
constituyen la escala de valores humanos personales que le permitirán decidir,
elegir y obrar por motivos racionales antes que por emociones o pasiones.
Es por ello que la escuela de hoy, si realmente
busca la formación integral de sus estudiantes, no puede olvidar que hay que
educar las emociones. Esto significa que se debe exigir una disciplina
formativa, con base en los valores de la armonía, el control, el equilibrio, la
estabilidad y la racionalidad. Sólo mediante un dominio racional de las
emociones, acompañado de la conceptualización, la comprensión y el análisis de
los hechos, estas reacciones intensas y transitorias de la afectividad no
dominarán la conducta humana, y se evitará que se pueda producir en un momento
dado un retorno a los instintos primarios del ser humano.
Así mismo, se debe reconocer el origen de las
pasiones que buscan satisfacer las tendencias profundas y naturales del ser
humano. Hay que enseñar que no sólo es la satisfacción y beneficio personal,
sino también la consideración de los aspectos objetivos, el beneficio y la
satisfacción de los demás y de la naturaleza. En consecuencia, se evitará
llevar las pasiones al extremo y se educará en el control consciente del origen
de todas las inclinaciones, reacciones humanas.
En este sentido, se considera que el objetivo de la
inteligencia emocional es “inculcar actitudes esencialmente humanas con la
conciencia de la propia persona, el autodominio y la empatía, y el arte de
escuchar, resolver conflictos y cooperar.”[3]
El estudiante con estas herramientas afectivas,
intelectuales, psicomotrices y volitivas está en capacidad
de desarrollar una "inteligencia
general" que no reduzca ni totalice la emergencia de hechos u objetos multidimensionales, interactivos y con
componentes aleatorios o azarosos que ocurren dentro del contexto de una concepción
global.
Se trata de desarrollar un proceso educativo que
tenga en cuenta la complejidad, “lo que está tejido en conjunto”, que permita
la unión, reunión, relacionan y abordar los procesos en su constante dinamismo
y cambio. Aquí juega un papel importante la transversalidad en cuanto los
objetos de aprendizaje que se han de conceptualizar, analizar y comprender no
son el resultado de una determinada disciplina del saber humano, sino del
aporte que en mayor o menor se puedan hacer entre disciplinas para confrontar
una tesis y una antítesis, conduciendo a la formación de estructuras
intelectuales, afectivas y volitivas.
Enseñar bajo los paradigmas del pensamiento
complejo es enseñar en la búsqueda continúa de unos criterios de conocimiento,
factibles, fiables y válidos, que se ajusten a los diferentes momentos y
contextualizaciones del desarrollo humano, ya que no se puede seguir
considerando el conocimiento como algo acabado y completo. Es una invitación a
provocar un caos organizado en el que las niñas, los niños, las y los
adolescentes y jóvenes asimilen la cosmovisión de las generaciones anteriores, sus
conocimientos, sus modos de ser, sus normas de conducta, se identifiquen con
ellas y las acomoden en sus estructuras cognitivas para crear nuevas formas de
conocimiento que den cuenta de su manera de ver e interpretar el mundo que les
rodea.
[1] GARDNER, Howard. Estructuras de
la mente. México: Fondo de la Cultura Económica, 1999. p. 96. Citado por:
Servicio Nacional de Aprendizaje, Santander.
[2] SMITH, Robert. Learning How to Learn. New York: Harper, 1981. P. 88.
Citado por: SENA, Santander.
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