viernes, 11 de julio de 2025

Michael G. Moore y la distancia transaccional: un puente entre la teoría y la práctica educativa en contextos virtuales

 Imagina por un momento a un joven educador británico que, tras obtener su título en Economía en 1959, decide dejar de lado los números para enseñar historia, geografía y educación para adultos. Ese joven se llamaba Michael Grahame Moore, y no sospechaba aún que su recorrido lo convertiría en una de las voces más influyentes en la educación a distancia.

La verdad es que la historia de Moore no es solo la de un académico brillante, sino la de un ser humano que se dejó transformar por la educación en contextos diversos. En 1963, viajó a África como oficial educativo para acompañar el proceso de independencia de una colonia. Allí, durante siete años, trabajó en la Universidad de África Oriental y en el Departamento de Educación para Adultos. Estas experiencias marcaron profundamente su mirada sobre el aprendizaje: un proceso que ocurre en medio de diferencias culturales, necesidades individuales y contextos cambiantes.

De regreso a Estados Unidos, Moore se formó como doctor en la Universidad de Wisconsin-Madison, bajo la guía de Charles Wedemeyer. Desde entonces, su carrera ha estado dedicada a crear puentes entre docentes y aprendices en entornos donde el tiempo y el espacio parecen separar, pero la educación tiene el poder de conectar.

🧠 Una teoría para comprender la distancia más allá de lo físico

En 1973, Moore propuso algo que cambió las reglas del juego: la teoría de la distancia transaccional. Él afirmaba que la “distancia” en educación no es solo geográfica, sino también psicológica y pedagógica. Y que dicha distancia puede ampliarse o reducirse dependiendo de tres factores clave: el diálogo, la estructura y la autonomía.

“La distancia transaccional es la separación psicológica entre el profesor y el estudiante. Esa distancia puede ser pequeña o grande, dependiendo de cuán flexible sea la enseñanza, cuánta comunicación exista, y cuánta libertad tenga el estudiante para tomar decisiones sobre su aprendizaje.” (Moore, 1983; 2013)

💬 El diálogo: más que hablar, es conectar

Moore definía el diálogo como la capacidad de interacción entre educador y estudiante. Pero este diálogo no depende solo del deseo de comunicarse. También está influido por el contenido, la filosofía del docente, la personalidad de ambos y, sobre todo, el medio de comunicación. En entornos virtuales, por ejemplo, un mensaje de voz o una videollamada puede acercar mundos que parecían lejanos.

Cuando no hay diálogo, la distancia aumenta. Cuando lo hay, el aprendizaje se vuelve personal, significativo y humano.

🧱 La estructura: entre la rigidez y la flexibilidad

La estructura se refiere a qué tan preparado, predeterminado o adaptable es un programa educativo. En un curso muy estructurado, los objetivos, los métodos y la evaluación están fijos; el estudiante debe ajustarse a ellos. En cambio, en un curso flexible, la estructura se adapta a las metas, ritmos y estilos del aprendiz.

Aquí entra una pregunta clave para ti como futura docente: ¿cuánta estructura necesita cada estudiante? Y más aún, ¿cómo saber cuándo cambiarla?

🌱 La autonomía: el motor del aprendizaje auténtico

La autonomía, según Moore, es la capacidad del estudiante para decidir qué, cómo y cuánto quiere aprender. Los adultos, decía él, tienden a definir sus propias metas y caminos. Pero no todos lo hacen de la misma manera.

Moore distingue entre dos formas de autonomía:

  • Independencia instrumental: cuando el estudiante puede aprender sin pedir ayuda.
  • Independencia emocional: cuando no necesita aprobación o afecto para continuar su camino.

Estas ideas nos invitan a reconocer que detrás de cada estudiante hay una persona con necesidades emocionales, sociales y cognitivas distintas. Y que educar también es acompañar esos procesos de autorregulación con empatía y apertura.

📊 Cuatro combinaciones posibles

Moore propuso cuatro configuraciones según el grado de diálogo y estructura:

  1. Diálogo bajo – Estructura baja caos o desorientación.
  2. Diálogo bajo – Estructura alta rigidez sin acompañamiento.
  3. Diálogo alto – Estructura alta claridad con interacción.
  4. Diálogo alto – Estructura baja libertad con apoyo.

Como ves, el diálogo es el corazón que puede compensar una estructura rígida o la falta de ella. Y el equilibrio dependerá de cada situación, de cada docente, y, sobre todo, de cada estudiante.

🏫 ¿Qué significa esto para ti como docente en formación?

El modelo de Moore nos recuerda que no hay recetas únicas en educación. La lección es clara: el diseño de una experiencia educativa virtual debe tener en cuenta que cada estudiante necesita una combinación particular de diálogo, estructura y autonomía.

La clase tradicional “talla única” —esa que trata a todos por igual sin mirar sus contextos— ya no es suficiente. Educar en entornos virtuales es un acto ético, reflexivo y profundamente humano.

Entonces, cuando planifiques tus clases, pregúntate:

  • ¿Estoy dejando espacio para que mis estudiantes participen y dialoguen?
  • ¿Mi estructura es lo suficientemente clara, pero también flexible?
  • ¿Estoy promoviendo que los estudiantes desarrollen autonomía real?

La verdad es que cada decisión pedagógica que tomes puede acercar o alejar al estudiante del aprendizaje. Por eso, educar a distancia no es simplemente usar una plataforma: es crear relaciones de sentido en medio de la distancia.

📚 Referencias

Moore, M. G. (1973). Towards a theory of independent learning and teaching. Journal of Higher Education, 44(9), 661–679. https://doi.org/10.2307/1980599

Moore, M. G. (1983). The individual adult learner. In M. Tight (Ed.), Adult learning and education (pp. 153–168). London: Croom Helm.

Moore, M. G. (2013). The theory of transactional distance. In M. G. Moore (Ed.), Handbook of distance education (3rd ed., pp. 66–85). New York, NY: Routledge.

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