viernes, 11 de julio de 2025

Adaptarse o quedarse quietos: una invitación filosófica a reinventarnos en el siglo XXI

 En una época definida por la aceleración tecnológica, las certezas del pasado ya no nos sirven como refugio seguro. El historiador y pensador Yuval Noah Harari, con la lucidez que lo caracteriza, nos convoca a una reflexión urgente y profunda: ¿estamos verdaderamente preparados para reinventarnos una y otra vez, en un mundo que cambia más rápido de lo que podemos asimilar? Para quienes formamos educadores en el nivel superior, esta pregunta no solo interpela nuestro quehacer, sino también nuestra visión de lo que significa educar para el futuro.

El conocimiento no basta: educar para la adaptabilidad

Durante el siglo XX, la educación formal se edificó como una casa de piedra: estructuras sólidas, saberes acumulados, cimientos profundos. Pero el siglo XXI no requiere castillos; necesita carpas. Harari (2018) propone que la educación debe asemejarse a una carpa ligera, capaz de moverse con rapidez, de adaptarse al terreno cambiante. Y es que hoy, la información abunda, pero lo que escasea es la capacidad de interpretarla críticamente, de hacerla significativa, de convertirla en acción.

En este sentido, habilidades como la adaptabilidad, la inteligencia emocional y la resiliencia se convierten en competencias fundamentales. No como «extra» del currículo, sino como el corazón de una pedagogía capaz de preparar seres humanos conscientes, flexibles, éticos y críticos. Harari insiste en que estas habilidades no se enseñan con suficiencia en la escuela tradicional, y esa carencia nos deja vulnerables ante un futuro en el que lo único constante será el cambio (Harari, 2018).

Reinventarse como acto pedagógico

Imagina a un conductor de camiones que, tras perder su empleo por la automatización, decide convertirse en instructor de yoga. Diez años después, una aplicación de realidad aumentada lo reemplaza. Entonces se convierte en diseñador de videojuegos, hasta que la inteligencia artificial también automatiza ese campo. El mensaje de Harari no es distópico ni pesimista; es profundamente humano: la capacidad de reinventarse será la diferencia entre quienes naveguen el cambio y quienes queden a la deriva (Harari, 2018).

En este contexto, acompañar a nuestros estudiantes a reconocer sus emociones, a tolerar la incertidumbre, a resignificar el error y a confiar en su capacidad de aprender constantemente, se vuelve una tarea pedagógica inaplazable. Porque enseñar, hoy, ya no es formar para un oficio, sino cultivar una disposición para la metamorfosis.

Conocernos para no ser hackeados

Uno de los señalamientos más provocadores de Harari es que los seres humanos ya somos sistemas hackeables. La combinación de datos biométricos y poder de cálculo informático puede permitir que los algoritmos nos conozcan mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos. Esto desafía una de las piedras angulares de la modernidad: la libertad individual basada en la autonomía y el conocimiento de uno mismo (Harari, 2018).

Por eso, formar en pensamiento crítico no es solo una competencia cognitiva; es también una práctica de libertad. Si no queremos que los relatos que construimos sobre nosotros mismos sean secuestrados por sistemas algorítmicos que interpretan nuestras acciones antes de que seamos conscientes de ellas, debemos fortalecer la conciencia, la introspección y el diálogo interno.

Salud o privacidad: el nuevo dilema ético

En el horizonte, se perfila una tensión crucial: la promesa de una atención médica altamente personalizada basada en algoritmos biométricos vs. la pérdida de privacidad. Harari plantea que la mayoría de las personas estará dispuesta a ceder datos personales a cambio de salud. Y es que la verdad es que nadie quiere enfermar, y mucho menos, morir. Pero ¿cuál es el costo humano de renunciar al control de nuestra información? (Harari, 2018).

Formar educadores conscientes de estas tensiones significa invitarlos a no tomar decisiones tecnológicas sin pensar en sus implicaciones éticas. Significa, también, devolverle a la pedagogía su dimensión filosófica: preguntarnos no solo cómo enseñamos, sino para qué y para quién.

Educar para hacer las preguntas correctas

En palabras del propio Harari: «Lo que importa es que estemos de acuerdo en las preguntas». En un mundo saturado de información y ruido, el verdadero acto revolucionario es saber hacia dónde mirar. En lugar de formar docentes que repitan respuestas, el desafío es acompañarlos a formular preguntas relevantes, a dudar con sentido, a dialogar con la complejidad. ¡Y es que la filosofía empieza cuando alguien se atreve a preguntar!

Referencias

Harari, Y. N. (2018). 21 lecciones para el siglo XXI. Debate.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me gustaría conocer tu opinión