En una época definida por la aceleración tecnológica, las certezas del pasado ya no nos sirven como refugio seguro. El historiador y pensador Yuval Noah Harari, con la lucidez que lo caracteriza, nos convoca a una reflexión urgente y profunda: ¿estamos verdaderamente preparados para reinventarnos una y otra vez, en un mundo que cambia más rápido de lo que podemos asimilar? Para quienes formamos educadores en el nivel superior, esta pregunta no solo interpela nuestro quehacer, sino también nuestra visión de lo que significa educar para el futuro.
El conocimiento no
basta: educar para la adaptabilidad
Durante el siglo XX,
la educación formal se edificó como una casa de piedra: estructuras sólidas,
saberes acumulados, cimientos profundos. Pero el siglo XXI no requiere
castillos; necesita carpas. Harari (2018) propone que la educación debe
asemejarse a una carpa ligera, capaz de moverse con rapidez, de adaptarse al
terreno cambiante. Y es que hoy, la información abunda, pero lo que escasea es
la capacidad de interpretarla críticamente, de hacerla significativa, de
convertirla en acción.
En este sentido,
habilidades como la adaptabilidad, la inteligencia emocional y la resiliencia
se convierten en competencias fundamentales. No como «extra» del currículo,
sino como el corazón de una pedagogía capaz de preparar seres humanos
conscientes, flexibles, éticos y críticos. Harari insiste en que estas
habilidades no se enseñan con suficiencia en la escuela tradicional, y esa
carencia nos deja vulnerables ante un futuro en el que lo único constante será
el cambio (Harari, 2018).
Reinventarse como
acto pedagógico
Imagina a un conductor
de camiones que, tras perder su empleo por la automatización, decide
convertirse en instructor de yoga. Diez años después, una aplicación de
realidad aumentada lo reemplaza. Entonces se convierte en diseñador de
videojuegos, hasta que la inteligencia artificial también automatiza ese campo.
El mensaje de Harari no es distópico ni pesimista; es profundamente humano: la
capacidad de reinventarse será la diferencia entre quienes naveguen el cambio y
quienes queden a la deriva (Harari, 2018).
En este contexto,
acompañar a nuestros estudiantes a reconocer sus emociones, a tolerar la
incertidumbre, a resignificar el error y a confiar en su capacidad de aprender
constantemente, se vuelve una tarea pedagógica inaplazable. Porque enseñar,
hoy, ya no es formar para un oficio, sino cultivar una disposición para la
metamorfosis.
Conocernos para no
ser hackeados
Uno de los
señalamientos más provocadores de Harari es que los seres humanos ya somos
sistemas hackeables. La combinación de datos biométricos y poder de cálculo
informático puede permitir que los algoritmos nos conozcan mejor de lo que nos
conocemos a nosotros mismos. Esto desafía una de las piedras angulares de la
modernidad: la libertad individual basada en la autonomía y el conocimiento de
uno mismo (Harari, 2018).
Por eso, formar en
pensamiento crítico no es solo una competencia cognitiva; es también una
práctica de libertad. Si no queremos que los relatos que construimos sobre
nosotros mismos sean secuestrados por sistemas algorítmicos que interpretan
nuestras acciones antes de que seamos conscientes de ellas, debemos fortalecer
la conciencia, la introspección y el diálogo interno.
Salud o privacidad:
el nuevo dilema ético
En el horizonte, se
perfila una tensión crucial: la promesa de una atención médica altamente
personalizada basada en algoritmos biométricos vs. la pérdida de privacidad.
Harari plantea que la mayoría de las personas estará dispuesta a ceder datos
personales a cambio de salud. Y es que la verdad es que nadie quiere enfermar,
y mucho menos, morir. Pero ¿cuál es el costo humano de renunciar al control de
nuestra información? (Harari, 2018).
Formar educadores
conscientes de estas tensiones significa invitarlos a no tomar decisiones
tecnológicas sin pensar en sus implicaciones éticas. Significa, también,
devolverle a la pedagogía su dimensión filosófica: preguntarnos no solo cómo
enseñamos, sino para qué y para quién.
Educar para hacer
las preguntas correctas
En palabras del propio
Harari: «Lo que importa es que estemos de acuerdo en las preguntas». En un
mundo saturado de información y ruido, el verdadero acto revolucionario es
saber hacia dónde mirar. En lugar de formar docentes que repitan respuestas, el
desafío es acompañarlos a formular preguntas relevantes, a dudar con sentido, a
dialogar con la complejidad. ¡Y es que la filosofía empieza cuando alguien se
atreve a preguntar!
Referencias
Harari, Y. N. (2018). 21
lecciones para el siglo XXI. Debate.
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