viernes, 11 de julio de 2025

El pensamiento complejo en la educación superior: una mirada filosófica y humana para la formación docente

 En el camino de convertirse en maestras y maestros comprometidos con una educación transformadora, es fundamental detenernos a reflexionar sobre un hecho profundo, aunque a menudo olvidado: cada persona construye su mirada del mundo desde los hilos invisibles de su historia, su cultura, su familia y su escuela. Esta construcción no es neutra ni libre de influencias; muchas veces, sin darnos cuenta, heredamos visiones del bien, del deber o de lo correcto que han sido moldeadas por los entornos que nos han formado. Es decir, estamos atravesados por una moral situada, particular, que puede cambiar radicalmente de una región a otra, o incluso de una generación a la siguiente.

La verdad es que, en una sociedad cada vez más interconectada y globalizada, esa moral local parece ya no bastar. Vivimos tiempos que nos exigen una mirada más amplia, más incluyente, más humana. Y es en este punto donde la filosofía de Edgar Morin, con su teoría del pensamiento complejo, ofrece una luz poderosa y necesaria para quienes se forman como educadores en el siglo XXI.

Comprender la complejidad del mundo

El pensamiento complejo, según Morin (1999), no es una simple técnica de análisis. Es una forma de estar en el mundo, una manera de percibir la realidad como un tejido denso de relaciones, de contradicciones, de movimientos sutiles que no pueden reducirse a una sola explicación. Es, en palabras sencillas, una invitación a dejar atrás el pensamiento simplificador y abrazar la incertidumbre, la ambigüedad, el detalle, la diversidad.

Morin nos propone que no hay hechos "puros" ni verdades eternas. Cada dato, cada saber, está inmerso en contextos culturales, históricos y sociales. Pensar de forma compleja significa, entonces, ejercitar una mirada crítica, capaz de cuestionar lo que parece evidente y de buscar conexiones allí donde otros ven separación. Como lo ha planteado Lipman (2001), este tipo de pensamiento debe cultivarse desde la infancia, como una práctica cotidiana que prepare a las personas para una ciudadanía activa, reflexiva y empática.

Los siete saberes para la educación del futuro

En su obra "Los siete saberes necesarios para la educación del futuro" (Morin, 1999), el filósofo condensa los pilares éticos, epistemológicos y pedagógicos que deberían orientar toda formación docente comprometida con la humanidad:

  1. Curar la ceguera del conocimiento: Enseñar que todo saber es provisional y que debe ser revisado a la luz de nuevas evidencias. El conocimiento no es dogma, sino una construcción viva.
  2. Garantizar el conocimiento pertinente: En tiempos de sobreinformación, es vital saber distinguir lo esencial de lo accesorio, lo veraz de lo falso. Esto requiere criterio, discernimiento y diálogo con expertos.
  3. Enseñar la condición humana: Reconocer que, más allá de nuestras diferencias, compartimos una misma humanidad. Esta conciencia es el antídoto contra el prejuicio, el racismo y la exclusión.
  4. Enseñar la identidad terrenal: Comprender que todos habitamos una misma casa común: el planeta Tierra. Nuestra identidad no puede limitarse a lo nacional o lo local, sino que debe ampliarse hacia lo global.
  5. Enfrentar las incertidumbres: Preparar a los estudiantes para navegar un mundo cambiante, con riesgos e imprevistos. La historia no avanza en línea recta y la educación debe formar personas resilientes, abiertas al cambio.
  6. Enseñar la comprensión: Fomentar la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de escuchar sin prejuicios, de construir puentes entre culturas. Comprender no es lo mismo que tolerar: implica un vínculo más profundo.
  7. Desarrollar una ética del género humano: Promover una moral compartida que trascienda lo individual o lo nacional. La democracia, en este sentido, no debe ser una dictadura de mayoría, sino un ejercicio plural de escucha, respeto y corresponsabilidad.

Una pedagogía para la esperanza

Enseñar desde el pensamiento complejo no significa abrumar a los estudiantes con teorías densas o conceptos abstractos. Significa ofrecerles herramientas para pensar más y mejor, para sentir más profundamente, para actuar con conciencia y con amor. Significa educar para la libertad y no para la obediencia, para la pregunta más que para la respuesta cerrada.

La verdad es que, como educadoras y educadores en formación, tenemos la enorme responsabilidad de reconfigurar las formas en que se aprende, se convive y se sueña dentro del aula. Morin no nos ofrece recetas, sino caminos. Caminos que debemos recorrer con valentía, con humildad y con una pasión indeclinable por el saber vivo.

Referencias

Lipman, M. (2001). El descubrimiento de la filosofía. Madrid: Ediciones de la Torre.

Morin, E. (1999). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. París: UNESCO.

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