En el camino de convertirse en maestras y maestros comprometidos con una educación transformadora, es fundamental detenernos a reflexionar sobre un hecho profundo, aunque a menudo olvidado: cada persona construye su mirada del mundo desde los hilos invisibles de su historia, su cultura, su familia y su escuela. Esta construcción no es neutra ni libre de influencias; muchas veces, sin darnos cuenta, heredamos visiones del bien, del deber o de lo correcto que han sido moldeadas por los entornos que nos han formado. Es decir, estamos atravesados por una moral situada, particular, que puede cambiar radicalmente de una región a otra, o incluso de una generación a la siguiente.
La verdad es que, en
una sociedad cada vez más interconectada y globalizada, esa moral local parece
ya no bastar. Vivimos tiempos que nos exigen una mirada más amplia, más
incluyente, más humana. Y es en este punto donde la filosofía de Edgar Morin,
con su teoría del pensamiento complejo, ofrece una luz poderosa y necesaria
para quienes se forman como educadores en el siglo XXI.
Comprender la
complejidad del mundo
El pensamiento
complejo, según Morin (1999), no es una simple técnica de análisis. Es una
forma de estar en el mundo, una manera de percibir la realidad como un tejido
denso de relaciones, de contradicciones, de movimientos sutiles que no pueden
reducirse a una sola explicación. Es, en palabras sencillas, una invitación a
dejar atrás el pensamiento simplificador y abrazar la incertidumbre, la
ambigüedad, el detalle, la diversidad.
Morin nos propone que
no hay hechos "puros" ni verdades eternas. Cada dato, cada saber,
está inmerso en contextos culturales, históricos y sociales. Pensar de forma
compleja significa, entonces, ejercitar una mirada crítica, capaz de cuestionar
lo que parece evidente y de buscar conexiones allí donde otros ven separación.
Como lo ha planteado Lipman (2001), este tipo de pensamiento debe cultivarse
desde la infancia, como una práctica cotidiana que prepare a las personas para
una ciudadanía activa, reflexiva y empática.
Los siete saberes
para la educación del futuro
En su obra "Los
siete saberes necesarios para la educación del futuro" (Morin, 1999),
el filósofo condensa los pilares éticos, epistemológicos y pedagógicos que
deberían orientar toda formación docente comprometida con la humanidad:
- Curar la ceguera del conocimiento: Enseñar que todo saber es provisional y
que debe ser revisado a la luz de nuevas evidencias. El conocimiento no es
dogma, sino una construcción viva.
- Garantizar el conocimiento pertinente: En tiempos de sobreinformación, es vital
saber distinguir lo esencial de lo accesorio, lo veraz de lo falso. Esto
requiere criterio, discernimiento y diálogo con expertos.
- Enseñar la condición humana: Reconocer que, más allá de nuestras
diferencias, compartimos una misma humanidad. Esta conciencia es el
antídoto contra el prejuicio, el racismo y la exclusión.
- Enseñar la identidad terrenal: Comprender que todos habitamos una misma
casa común: el planeta Tierra. Nuestra identidad no puede limitarse a lo
nacional o lo local, sino que debe ampliarse hacia lo global.
- Enfrentar las incertidumbres: Preparar a los estudiantes para navegar
un mundo cambiante, con riesgos e imprevistos. La historia no avanza en
línea recta y la educación debe formar personas resilientes, abiertas al
cambio.
- Enseñar la comprensión: Fomentar la capacidad de ponerse en el
lugar del otro, de escuchar sin prejuicios, de construir puentes entre
culturas. Comprender no es lo mismo que tolerar: implica un vínculo más
profundo.
- Desarrollar una ética del género humano: Promover una moral compartida que
trascienda lo individual o lo nacional. La democracia, en este sentido, no
debe ser una dictadura de mayoría, sino un ejercicio plural de escucha,
respeto y corresponsabilidad.
Una pedagogía para
la esperanza
Enseñar desde el
pensamiento complejo no significa abrumar a los estudiantes con teorías densas
o conceptos abstractos. Significa ofrecerles herramientas para pensar más y
mejor, para sentir más profundamente, para actuar con conciencia y con amor.
Significa educar para la libertad y no para la obediencia, para la pregunta más
que para la respuesta cerrada.
La verdad es que, como
educadoras y educadores en formación, tenemos la enorme responsabilidad de
reconfigurar las formas en que se aprende, se convive y se sueña dentro del
aula. Morin no nos ofrece recetas, sino caminos. Caminos que debemos recorrer
con valentía, con humildad y con una pasión indeclinable por el saber vivo.
Referencias
Lipman, M. (2001). El
descubrimiento de la filosofía. Madrid: Ediciones de la Torre.
Morin, E. (1999). Los
siete saberes necesarios para la educación del futuro. París: UNESCO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Me gustaría conocer tu opinión