Cuando hablamos de una educación verdaderamente centrada en el estudiante, nos estamos refiriendo a algo mucho más profundo que un simple cambio de metodología o una nueva estrategia didáctica. Hablamos de una transformación radical en la manera como comprendemos el conocimiento, el aprendizaje y el desarrollo humano. En este sentido, Jean Piaget no solo fue un psicólogo del desarrollo, sino un pensador que redefinió la relación entre el niño y el conocimiento, con profundas implicaciones para la pedagogía contemporánea.
Aprender no es
copiar, es construir
Para Piaget (1936), la
inteligencia –o el conocimiento– no es un simple almacén de datos, sino una
forma de adaptación activa entre un organismo complejo (el ser humano) y un
entorno igualmente complejo (el mundo). Esta adaptación no ocurre por imitación
ni transmisión pasiva, sino a través de un proceso de construcción personal del
conocimiento basado en la interacción con el medio.
La verdad es que el
niño, desde sus primeros reflejos hasta sus más complejas operaciones mentales,
no copia la realidad: la interpreta, la organiza, la resignifica. Este es uno
de los grandes legados filosóficos de Piaget: el conocimiento es acción organizada.
Asimilación y
acomodación: los dos pilares del conocimiento
Piaget propone que el
conocimiento se construye a partir de dos procesos inseparables: la asimilación
y la acomodación. La asimilación ocurre cuando el sujeto integra nuevas
experiencias dentro de esquemas previos, mientras que la acomodación implica
modificar esos esquemas cuando la nueva información desafía lo que ya se sabía.
Estos procesos, que
pueden parecer abstractos, están presentes en las situaciones más cotidianas:
cuando un niño comprende que un perro también puede ser pequeño y sin pelo, y
no solo como el labrador que conoce, está acomodando su esquema mental de "perro".
Y es que la mente humana no se limita a absorber información: la organiza y la
transforma, a veces con esfuerzo y conflicto interno.
Los esquemas:
unidades vivas del pensamiento
Desde el nacimiento,
el ser humano organiza su relación con el entorno a través de lo que Piaget
llama esquemas. Al principio son reflejos, como succionar o agarrar,
pero pronto se transforman en esquemas de acción voluntaria. Con el tiempo,
estos esquemas se vuelven representativos: acciones mentales que permiten
anticipar, imaginar y razonar.
Por ejemplo, un niño
que piensa en lo que pasará si deja caer un objeto sin necesidad de hacerlo, ya
ha desarrollado esquemas representativos. Estos se organizan en estructuras
operatorias, capaces de sostener operaciones lógicas como la clasificación
o la seriación. La estructura cognitiva no es estática, sino que evoluciona
hacia formas más complejas y equilibradas.
Desarrollo y
aprendizaje: dos procesos que dialogan
Una de las
contribuciones más potentes de Piaget es la distinción (y relación) entre
desarrollo y aprendizaje. Para él, el desarrollo cognitivo es un proceso
interno, universal, que sigue una secuencia natural de estadios. El aprendizaje,
por otro lado, es externo, ligado a los contenidos específicos que se enseñan.
Pero no son procesos aislados: el desarrollo establece lo que puede aprenderse
en cada momento evolutivo. En palabras simples, no se puede forzar un
aprendizaje que el desarrollo cognitivo aún no puede sostener.
Por eso, una educación
centrada en el estudiante no puede ignorar en qué momento evolutivo se
encuentra. Obligar a un niño preoperatorio a resolver problemas abstractos es
tan ineficaz como injusto. Respetar los ritmos de desarrollo es una forma de
justicia pedagógica.
Los factores que
impulsan el desarrollo
Piaget identifica
cuatro factores fundamentales que intervienen en el desarrollo cognitivo:
- La maduración biológica.
- La interacción con el medio físico.
- La interacción social.
- La equilibración.
Este último es clave:
se trata de la tendencia del organismo a mantener un equilibrio entre lo que ya
sabe y lo que aprende. Cuando hay desequilibrio (porque la realidad desafía los
esquemas existentes), se produce un esfuerzo por reorganizar el pensamiento. Y
es en ese esfuerzo donde ocurre el aprendizaje significativo.
Enseñar es
facilitar la reconstrucción
Desde esta
perspectiva, enseñar no es transmitir contenidos como si el estudiante fuera
una hoja en blanco. Enseñar es crear las condiciones para que el estudiante
construya su propio conocimiento. Implica desafiar, provocar desequilibrios,
generar preguntas y abrir caminos para la reconstrucción cognitiva.
La verdad es que
educar, desde Piaget, es un acto profundamente humano y filosófico: se trata de
confiar en la capacidad del otro para comprender el mundo desde su propia
actividad mental.
Conclusión: una
pedagogía de la confianza
Adoptar el enfoque
piagetiano no es seguir una moda o aplicar técnicas. Es comprometerse con una pedagogía
de la confianza, donde el estudiante es visto como un sujeto activo, capaz
de construir sentido a partir de su experiencia. Esta visión no solo transforma
la enseñanza, sino que dignifica el acto de aprender.
Referencias
Bruner, J. S. (1966). Hacia
una teoría de la instrucción. Cambridge, MA: Belkapp Press.
Piaget, J.
(1936). Orígenes de la
inteligencia en el niño. Londres: Routledge & Kegan Paul.
Piaget, J.
(1945). Juego, sueños e
imitaciones en la infancia.
Londres: Heinemann.
Piaget, J. (1957). Construcción
de la realidad en el niño. Londres: Routledge & Kegan Paul.
Piaget, J.
(1958). El crecimiento del
pensamiento lógico de la niñez a la adolescencia.
Vygotsky, L. S.
(1978). La mente en la sociedad: el desarrollo de procesos psicológicos
superiores. Cambridge, MA: Harvard University Press.
Wadsworth, B. J.
(2004). Teoría del desarrollo cognitivo y afectivo de Piaget: Fundamentos
del constructivismo. Longman.
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