A veces olvidamos que los niños no son recipientes vacíos esperando ser llenados, sino fuegos encendidos por la curiosidad. Jean-Jacques Rousseau, uno de los pensadores más influyentes del siglo XVIII, nos invita a mirar la infancia con nuevos ojos: con respeto, con paciencia y, sobre todo, con confianza en la potencia natural de cada ser humano para aprender por sí mismo.
El niño como ser
naturalmente bueno: una mirada amorosa hacia el aprendizaje
Rousseau parte de una
premisa revolucionaria: el ser humano nace bueno, libre e inocente, y es
la sociedad quien lo deforma con sus normas, prejuicios y exigencias. Por eso,
la educación auténtica no debería imponer ni controlar, sino acompañar con
respeto los ritmos del desarrollo infantil. La verdad es que, cuando educamos
desde la desconfianza o desde la rigidez, apagamos esa chispa natural que
impulsa a cada niño a explorar el mundo.
Para Rousseau (1762),
la infancia es una etapa sagrada, y su desarrollo debe transcurrir sin prisas,
lejos del ruido de la adultez y de las exigencias abstractas. En su obra Emilio
o De la educación, propone una pedagogía centrada en la experiencia vivida,
en la libertad para moverse, tocar, preguntar y maravillarse.
Aprender con el
cuerpo, el corazón y los sentidos
Lejos de los pupitres
en fila y de las lecciones memorizadas, Rousseau nos habla de una educación que
sucede en contacto con la vida. Y es que, ¿qué sentido tiene enseñar sobre la
naturaleza sin que el niño toque la tierra, huela las hojas o siga el vuelo de
un ave? Para este autor, el aprendizaje auténtico es el que se encarna: el que
pasa por la piel, por la emoción y por la acción.
La experiencia,
entonces, no es un accesorio, sino el corazón del acto de aprender. Cuando el
niño explora su entorno con libertad, no solo conoce el mundo: se conoce a sí
mismo. Su inteligencia crece de la mano de su autonomía, y su autoestima se
fortalece con cada descubrimiento que logra sin imposiciones.
El maestro como
guía sensible y no como voz autoritaria
En este modelo
educativo, el maestro no es un transmisor de verdades acabadas, sino un
acompañante paciente y empático. Rousseau nos recuerda que el adulto no debe
intervenir para moldear, sino para cuidar y orientar, como lo haría un
jardinero que protege sin forzar el crecimiento de la planta.
El rol del educador,
según Palacios (1992), consiste en crear las condiciones para que el niño
desarrolle sus capacidades a su propio ritmo, respetando sus intereses y
necesidades. Se trata de observar más y hablar menos. De confiar en que el niño
es, por naturaleza, un aprendiz activo y creativo.
Aprender con otros,
pero no a costa de uno mismo
Aunque Rousseau
defiende la libertad individual, también reconoce el valor del aprendizaje
social. Eso sí, insiste en que las relaciones deben surgir de forma espontánea
y no como una obligación artificial. El niño necesita tiempo para descubrir
cómo convivir, cómo negociar y cómo colaborar, sin que se le imponga
prematuramente la lógica de la competencia o la obediencia ciega.
Hare (1985) resalta
que Rousseau otorga un lugar privilegiado al desarrollo emocional,
entendiendo que no hay aprendizaje pleno si el corazón está herido o
silenciado. El amor, la empatía y el respeto no son decoraciones, sino los
cimientos de una educación verdaderamente humana.
Educar desde la
confianza: un legado vigente
Aunque Rousseau
escribió en el siglo XVIII, sus ideas siguen desafiando los modelos educativos
centrados en el control, la productividad y el saber fragmentado. Su propuesta
nos invita a volver a lo esencial: mirar al niño no como un proyecto que debe
ser corregido, sino como un sujeto valioso que ya es completo en su ser.
Y es que la verdad es
que educar desde la confianza, la libertad y la emoción no es solo una
estrategia pedagógica: es una forma de mirar al otro con dignidad. Es, en el
fondo, un acto profundamente filosófico y ético.
Referencias
Rousseau, J.-J.
(1762). Emilio o De la educación.
Palacios, J. (1992). Jean-Jacques
Rousseau y la pedagogía. Madrid: Alianza Editorial.
Hare, R. M.
(1985). Rousseau: An Introduction to his Psychological, Social and Political
Theory. Chicago: University of
Chicago Press.
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