La verdad es que, aunque solemos pensar que las emociones “suceden en el corazón”, lo cierto es que su cuna se encuentra en lo más profundo del cerebro. Allí, un conjunto de estructuras interconectadas —conocidas como sistema límbico— actúa como el centro de mando de nuestra vida emocional. Este sistema, descrito y desarrollado por Paul D. MacLean (1952, 1990), no solo regula nuestras emociones, sino que también influye en la memoria, la motivación, la conducta y, en última instancia, en cómo nos vinculamos con los demás y con el mundo.
Según MacLean, el
cerebro humano puede entenderse como una superposición de tres cerebros
evolutivos —el reptiliano, el mamífero y el racional— que, aunque funcionan
como un todo, conservan rasgos distintos de procesamiento. Esta metáfora del “cerebro
triuno” nos recuerda que, dentro de nosotros, conviven instinto, emoción y
razón, dialogando (y a veces discutiendo) para decidir cómo respondemos a la
vida.
1. El cerebro
reptiliano: el guardián de la supervivencia
MacLean denominó cerebro
reptiliano al conjunto de estructuras más antiguas del sistema nervioso: el
tallo encefálico, el cerebelo y los núcleos basales primitivos,
como el globo pálido. Estas zonas gobiernan los reflejos, los hábitos
automáticos y las conductas instintivas, como la agresión, la territorialidad o
la huida.
Podríamos decir que
este cerebro funciona como el “piloto automático” de la vida: no razona ni
siente, pero actúa para mantenernos vivos. Es el que regula la respiración, el
ritmo cardíaco y la temperatura corporal, incluso cuando dormimos o cuando no
somos conscientes de ello (Rocha do Amaral & Martins de Oliveira, 2007).
2. El cerebro
límbico: la cuna de las emociones
A medida que la
evolución avanzó, surgió el paleopallium, también conocido como sistema
límbico. Aquí es donde las emociones nacen, se expresan y se integran con
la memoria y la experiencia. Este sistema incluye varias estructuras clave:
- La amígdala, que detecta amenazas y activa respuestas
de miedo, ira o defensa. Es, literalmente, el radar emocional que nos
protege.
- El hipocampo, que permite transformar experiencias en
recuerdos duraderos y modula el estado de ánimo.
- El hipotálamo, que traduce emociones en respuestas
corporales (por ejemplo, sudor, tensión muscular o taquicardia).
- El tálamo, que coordina la información sensorial
hacia otras zonas del cerebro.
- El giro del cíngulo, que conecta las emociones con la
percepción del dolor, el placer y la toma de decisiones.
La verdad es que el
sistema límbico actúa como un puente entre cuerpo y mente: siente lo que el
cuerpo experimenta y lo traduce en una vivencia emocional con significado. No
es solo biología; es también la raíz de nuestra empatía, nuestro amor y nuestra
memoria afectiva.
En palabras de MacLean
(1990), este cerebro mamífero “permite sentir el mundo antes de pensarlo”. Por
eso, cuando una maestra se emociona al ver a sus alumnos aprender, o cuando un
niño llora por empatía al ver sufrir a otro, es su sistema límbico el que está
actuando.
3. El cerebro
racional: el arquitecto del pensamiento
El tercer nivel, el neopallium
o neocorteza, corresponde al cerebro racional. Esta estructura se
expandió en los mamíferos superiores y, especialmente, en los humanos. Allí se
ubican las áreas prefrontales, responsables de la planificación, el
lenguaje, la autorregulación y la conciencia moral.
La corteza prefrontal
mantiene una intensa comunicación con la amígdala y el resto del sistema
límbico. Gracias a ello, podemos reflexionar antes de actuar, contener una
emoción intensa o transformar un impulso en una respuesta socialmente adecuada.
Dicho de otra forma, la razón dialoga con la emoción para lograr equilibrio.
Como afirmaba MacLean,
el neopallium “es la madre de la invención y el padre del pensamiento
abstracto” (Rocha do Amaral & Martins de Oliveira, 2007).
4. La orquesta
emocional: integración y armonía cerebral
Las emociones no
surgen de un solo punto, sino del circuito que une distintas estructuras.
Este concepto fue inicialmente propuesto por James Papez (1937), quien
describió el famoso circuito de Papez, conformado por el hipotálamo, el
tálamo anterior, el hipocampo y el giro del cíngulo. MacLean amplió este modelo
e incluyó otras áreas como la amígdala y la corteza orbitofrontal.
Cuando sentimos miedo,
alegría o tristeza, este circuito se activa en conjunto: la amígdala evalúa el
peligro, el hipotálamo ajusta las reacciones fisiológicas, el hipocampo asocia
la emoción con un recuerdo y la corteza prefrontal interpreta y modula la
respuesta. Así, emoción y pensamiento se entrelazan en una danza permanente.
5. De la biología a
la educación emocional
Y es que comprender
cómo funciona el sistema límbico no solo interesa a la neurociencia: también
tiene implicaciones profundas en la educación emocional. Para los
docentes, saber que las emociones influyen directamente en la atención, la
memoria y el aprendizaje significa reconocer que enseñar es también
emocionar.
Cuando un maestro crea
un clima afectivo seguro, activa el sistema límbico de sus estudiantes en modo
“apertura” y facilita el aprendizaje significativo. Por el contrario, el
estrés, la amenaza o el miedo activan la amígdala de forma defensiva, bloqueando
la capacidad de razonar.
En otras palabras, la
educación emocional no es un complemento: es el puente entre el cerebro que
siente y el cerebro que piensa.
Conclusión:
emoción, razón y humanidad
Las emociones son
mucho más que simples reacciones; son mensajes neurobiológicos con sentido
humano. El sistema límbico de MacLean nos recuerda que no hay pensamiento
sin emoción ni aprendizaje sin afecto. Comprender este entramado cerebral nos
permite acompañar mejor a nuestros estudiantes, pero también a nosotros mismos,
con más empatía, conciencia y equilibrio.
Porque educar, en el
fondo, es un acto profundamente emocional.
📚 Referencias
MacLean, P.
D. (1952). Some psychiatric implications of physiological studies on
frontotemporal portion of limbic system (visceral brain). Electroencephalography and Clinical
Neurophysiology, 4(4),
407–418.
MacLean, P.
D. (1990). The Triune Brain in Evolution: Role in Paleocerebral Functions.
Springer.
Papez, J.
W. (1937). A proposed mechanism of emotion. Archives of Neurology and
Psychiatry, 38(4), 725–743.
Rocha do
Amaral, J., & Martins de Oliveira, J. (2007). Las tres unidades del cerebro humano. MedicinaNet Neurofisiología.
Cannon, W.
B., & Bard, P. (1929). The origin of emotion. American Journal of
Psychology, 41(3), 567–590.
James, W.
(1884). What is an emotion? Mind, 9(34), 188–205.