sábado, 11 de octubre de 2025

La teoría bifactorial de las emociones de Schachter-Singer: una mirada integrada mente-cerebro-cuerpo

Las emociones no son simples reacciones que “ocurren” dentro de nosotros. Son, más bien, procesos complejos que emergen de la interacción dinámica entre cuerpo, cerebro y mente. Desde esta visión sistémica, la teoría bifactorial de las emociones de Schachter y Singer (1962) ofrece una explicación fascinante sobre cómo las personas llegamos a sentir y nombrar lo que experimentamos.

Dos factores, una emoción

De acuerdo con esta teoría, las emociones surgen de dos componentes interdependientes:

  1. Activación fisiológica, es decir, los cambios corporales automáticos —aumento del ritmo cardíaco, sudoración, respiración acelerada o tensión muscular— que preparan al organismo para actuar.
  2. Atribución cognitiva, o la interpretación consciente que hacemos de esas sensaciones corporales en función del contexto.

En otras palabras, no basta con sentir el corazón latir rápido para experimentar miedo o alegría: lo que determina qué emoción sentimos es cómo interpretamos esa activación. Si notamos el corazón agitado al ver a alguien que amamos, podemos decir “me siento feliz”. Si ocurre ante una amenaza, lo etiquetamos como “miedo”. Y es que —como señalaba Schachter— la emoción no está solo en el cuerpo, sino en el significado que la mente le otorga a lo que el cuerpo siente.

El experimento clásico

Para poner a prueba esta hipótesis, Schachter y Singer (1962) realizaron un experimento ya legendario. Inyectaron a voluntarios con epinefrina (adrenalina), una sustancia que provoca excitación fisiológica. A algunos les informaron sobre los efectos de la inyección; a otros, no. Luego, los expusieron a situaciones que inducían alegría o enojo.

Los resultados fueron reveladores:

  • Quienes sabían que los síntomas provenían de la inyección no los asociaron a una emoción, pues tenían una explicación fisiológica.
  • En cambio, quienes no habían sido informados buscaron sentido a sus sensaciones y las interpretaron emocionalmente según el contexto: si estaban con alguien alegre, se sintieron felices; si con alguien molesto, se enfadaron.

Este hallazgo mostró que las emociones no solo dependen de lo que sentimos físicamente, sino de cómo lo interpretamos cognitivamente. En otras palabras, el cuerpo inicia la emoción, pero la mente la nombra y el contexto la define (Reeve, 2010).

Los tres principios del etiquetado emocional

Años más tarde, Schachter (1971) refinó su teoría y propuso tres principios esenciales:

  1. Etiquetar las emociones: Cuando el cuerpo se activa sin causa aparente, la mente busca una explicación. Esa búsqueda lleva a “etiquetar” la sensación como una emoción concreta —tristeza, alegría, miedo— dependiendo de la situación.
  2. No etiquetar cuando hay explicación: Si la persona conoce la causa de su activación (por ejemplo, “me inyectaron adrenalina”), no necesita interpretarla emocionalmente.
  3. La activación como requisito: Sin activación fisiológica, no hay emoción. La mente necesita señales del cuerpo para construir la experiencia emocional.

Estos principios anticiparon lo que hoy comprendemos como la interconexión entre los sistemas nervioso, endocrino y cognitivo. Desde la neurociencia afectiva, se reconoce que la emoción emerge del diálogo entre cerebro y cuerpo, donde estructuras como la amígdala, la ínsula y la corteza prefrontal participan en un proceso constante de interpretación y regulación emocional (Aguado, 2005).

El sistema mente-cerebro-cuerpo: una visión integrada

La verdad es que la teoría de Schachter y Singer va más allá de un simple modelo psicológico: es una invitación a entender la emoción como un fenómeno integrado. Nuestro cuerpo envía señales —taquicardia, temblor, respiración entrecortada—; el cerebro las registra; y la mente les da sentido. De ese entrelazamiento surge la emoción, con su color, su intensidad y su propósito adaptativo.

Por ejemplo, un maestro que siente ansiedad antes de dar clase puede notar su pulso acelerado. Si interpreta esa activación como “nervios porque quiero hacerlo bien”, esa energía se transforma en motivación. Si, en cambio, la percibe como “miedo a equivocarme”, puede bloquear su desempeño. La interpretación cambia la emoción, y la emoción cambia la conducta.

Aplicaciones en la educación socioemocional

Comprender esta teoría tiene un valor enorme para quienes enseñan y acompañan procesos humanos. Los docentes pueden aprender a reconocer cómo sus emociones surgen del cuerpo, se interpretan en la mente y se expresan en la relación con los demás. Educar las emociones, entonces, no consiste en reprimirlas, sino en comprender lo que nos dicen y reinterpretar su mensaje desde la conciencia y la empatía.

Y es que, al final, educar emocionalmente es enseñar a leer el propio cuerpo, pensar sobre lo que se siente y responder con sabiduría. La emoción deja de ser algo que “nos pasa” y se convierte en algo que podemos comprender y transformar.

Referencias

Aguado, L. (2005). Emoción, afecto y motivación. Un enfoque de procesos. Alianza Editorial.

Fernández, E. G., García, B., Jiménez, M. P., Martín, M. D., & Domínguez, F. J. (2010). Psicología de la emoción. Editorial Universitaria Ramón Areces.

Reeve, J. (2010). Motivación y emoción (5ª ed.). McGraw-Hill Interamericana.

Schachter, S., & Singer, J. E. (1962). Cognitive, social, and physiological determinants of emotional state. Psychological Review, 69(5), 379–399.

Schachter, S. (1971). Emotion, Obesity, and Crime. Academic Press.

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