Las emociones no son
simples reacciones que “ocurren” dentro de nosotros. Son, más bien, procesos
complejos que emergen de la interacción dinámica entre cuerpo, cerebro y mente.
Desde esta visión sistémica, la teoría bifactorial de las emociones de
Schachter y Singer (1962) ofrece una explicación fascinante sobre cómo las
personas llegamos a sentir y nombrar lo que experimentamos.
Dos factores, una
emoción
De acuerdo con esta
teoría, las emociones surgen de dos componentes interdependientes:
- Activación fisiológica, es decir, los cambios corporales
automáticos —aumento del ritmo cardíaco, sudoración, respiración acelerada
o tensión muscular— que preparan al organismo para actuar.
- Atribución cognitiva, o la interpretación consciente que
hacemos de esas sensaciones corporales en función del contexto.
En otras palabras, no
basta con sentir el corazón latir rápido para experimentar miedo o alegría:
lo que determina qué emoción sentimos es cómo interpretamos esa
activación. Si notamos el corazón agitado al ver a alguien que amamos, podemos
decir “me siento feliz”. Si ocurre ante una amenaza, lo etiquetamos como
“miedo”. Y es que —como señalaba Schachter— la emoción no está solo en el
cuerpo, sino en el significado que la mente le otorga a lo que el cuerpo siente.
El experimento
clásico
Para poner a prueba
esta hipótesis, Schachter y Singer (1962) realizaron un experimento ya
legendario. Inyectaron a voluntarios con epinefrina (adrenalina), una
sustancia que provoca excitación fisiológica. A algunos les informaron sobre
los efectos de la inyección; a otros, no. Luego, los expusieron a situaciones
que inducían alegría o enojo.
Los resultados fueron
reveladores:
- Quienes sabían que los síntomas provenían de la
inyección no los asociaron a una emoción, pues tenían una
explicación fisiológica.
- En cambio, quienes no habían sido
informados buscaron sentido a sus sensaciones y las interpretaron
emocionalmente según el contexto: si estaban con alguien alegre, se
sintieron felices; si con alguien molesto, se enfadaron.
Este hallazgo mostró
que las emociones no solo dependen de lo que sentimos físicamente, sino de
cómo lo interpretamos cognitivamente. En otras palabras, el cuerpo
inicia la emoción, pero la mente la nombra y el contexto la define (Reeve,
2010).
Los tres principios
del etiquetado emocional
Años más tarde,
Schachter (1971) refinó su teoría y propuso tres principios esenciales:
- Etiquetar las emociones: Cuando el cuerpo se activa sin causa
aparente, la mente busca una explicación. Esa búsqueda lleva a “etiquetar”
la sensación como una emoción concreta —tristeza, alegría, miedo—
dependiendo de la situación.
- No etiquetar cuando hay explicación: Si la persona conoce la causa de su
activación (por ejemplo, “me inyectaron adrenalina”), no necesita
interpretarla emocionalmente.
- La activación como requisito: Sin activación fisiológica, no hay
emoción. La mente necesita señales del cuerpo para construir la
experiencia emocional.
Estos principios
anticiparon lo que hoy comprendemos como la interconexión entre los sistemas
nervioso, endocrino y cognitivo. Desde la neurociencia afectiva, se
reconoce que la emoción emerge del diálogo entre cerebro y cuerpo, donde
estructuras como la amígdala, la ínsula y la corteza prefrontal
participan en un proceso constante de interpretación y regulación emocional
(Aguado, 2005).
El sistema
mente-cerebro-cuerpo: una visión integrada
La verdad es que la
teoría de Schachter y Singer va más allá de un simple modelo psicológico: es
una invitación a entender la emoción como un fenómeno integrado. Nuestro
cuerpo envía señales —taquicardia, temblor, respiración entrecortada—; el
cerebro las registra; y la mente les da sentido. De ese entrelazamiento surge
la emoción, con su color, su intensidad y su propósito adaptativo.
Por ejemplo, un
maestro que siente ansiedad antes de dar clase puede notar su pulso acelerado.
Si interpreta esa activación como “nervios porque quiero hacerlo bien”, esa
energía se transforma en motivación. Si, en cambio, la percibe como “miedo a
equivocarme”, puede bloquear su desempeño. La interpretación cambia la emoción,
y la emoción cambia la conducta.
Aplicaciones en la
educación socioemocional
Comprender esta teoría
tiene un valor enorme para quienes enseñan y acompañan procesos humanos. Los
docentes pueden aprender a reconocer cómo sus emociones surgen del cuerpo, se
interpretan en la mente y se expresan en la relación con los demás. Educar
las emociones, entonces, no consiste en reprimirlas, sino en comprender lo
que nos dicen y reinterpretar su mensaje desde la conciencia y la
empatía.
Y es que, al final, educar
emocionalmente es enseñar a leer el propio cuerpo, pensar sobre lo que se
siente y responder con sabiduría. La emoción deja de ser algo que “nos
pasa” y se convierte en algo que podemos comprender y transformar.
Referencias
Aguado, L. (2005). Emoción,
afecto y motivación. Un enfoque de procesos. Alianza Editorial.
Fernández,
E. G., García, B., Jiménez, M. P., Martín, M. D., & Domínguez, F. J.
(2010). Psicología de la
emoción. Editorial
Universitaria Ramón Areces.
Reeve, J. (2010). Motivación
y emoción (5ª ed.). McGraw-Hill
Interamericana.
Schachter,
S., & Singer, J. E. (1962). Cognitive, social, and physiological
determinants of emotional state. Psychological Review, 69(5),
379–399.
Schachter, S. (1971). Emotion, Obesity, and Crime. Academic Press.
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