sábado, 11 de octubre de 2025

🧠 La anatomía de las emociones según el sistema límbico de MacLean

 La verdad es que, aunque solemos pensar que las emociones “suceden en el corazón”, lo cierto es que su cuna se encuentra en lo más profundo del cerebro. Allí, un conjunto de estructuras interconectadas —conocidas como sistema límbico— actúa como el centro de mando de nuestra vida emocional. Este sistema, descrito y desarrollado por Paul D. MacLean (1952, 1990), no solo regula nuestras emociones, sino que también influye en la memoria, la motivación, la conducta y, en última instancia, en cómo nos vinculamos con los demás y con el mundo.

Según MacLean, el cerebro humano puede entenderse como una superposición de tres cerebros evolutivos —el reptiliano, el mamífero y el racional— que, aunque funcionan como un todo, conservan rasgos distintos de procesamiento. Esta metáfora del “cerebro triuno” nos recuerda que, dentro de nosotros, conviven instinto, emoción y razón, dialogando (y a veces discutiendo) para decidir cómo respondemos a la vida.

1. El cerebro reptiliano: el guardián de la supervivencia

MacLean denominó cerebro reptiliano al conjunto de estructuras más antiguas del sistema nervioso: el tallo encefálico, el cerebelo y los núcleos basales primitivos, como el globo pálido. Estas zonas gobiernan los reflejos, los hábitos automáticos y las conductas instintivas, como la agresión, la territorialidad o la huida.

Podríamos decir que este cerebro funciona como el “piloto automático” de la vida: no razona ni siente, pero actúa para mantenernos vivos. Es el que regula la respiración, el ritmo cardíaco y la temperatura corporal, incluso cuando dormimos o cuando no somos conscientes de ello (Rocha do Amaral & Martins de Oliveira, 2007).

2. El cerebro límbico: la cuna de las emociones

A medida que la evolución avanzó, surgió el paleopallium, también conocido como sistema límbico. Aquí es donde las emociones nacen, se expresan y se integran con la memoria y la experiencia. Este sistema incluye varias estructuras clave:

  • La amígdala, que detecta amenazas y activa respuestas de miedo, ira o defensa. Es, literalmente, el radar emocional que nos protege.
  • El hipocampo, que permite transformar experiencias en recuerdos duraderos y modula el estado de ánimo.
  • El hipotálamo, que traduce emociones en respuestas corporales (por ejemplo, sudor, tensión muscular o taquicardia).
  • El tálamo, que coordina la información sensorial hacia otras zonas del cerebro.
  • El giro del cíngulo, que conecta las emociones con la percepción del dolor, el placer y la toma de decisiones.

La verdad es que el sistema límbico actúa como un puente entre cuerpo y mente: siente lo que el cuerpo experimenta y lo traduce en una vivencia emocional con significado. No es solo biología; es también la raíz de nuestra empatía, nuestro amor y nuestra memoria afectiva.

En palabras de MacLean (1990), este cerebro mamífero “permite sentir el mundo antes de pensarlo”. Por eso, cuando una maestra se emociona al ver a sus alumnos aprender, o cuando un niño llora por empatía al ver sufrir a otro, es su sistema límbico el que está actuando.

3. El cerebro racional: el arquitecto del pensamiento

El tercer nivel, el neopallium o neocorteza, corresponde al cerebro racional. Esta estructura se expandió en los mamíferos superiores y, especialmente, en los humanos. Allí se ubican las áreas prefrontales, responsables de la planificación, el lenguaje, la autorregulación y la conciencia moral.

La corteza prefrontal mantiene una intensa comunicación con la amígdala y el resto del sistema límbico. Gracias a ello, podemos reflexionar antes de actuar, contener una emoción intensa o transformar un impulso en una respuesta socialmente adecuada. Dicho de otra forma, la razón dialoga con la emoción para lograr equilibrio.

Como afirmaba MacLean, el neopallium “es la madre de la invención y el padre del pensamiento abstracto” (Rocha do Amaral & Martins de Oliveira, 2007).

4. La orquesta emocional: integración y armonía cerebral

Las emociones no surgen de un solo punto, sino del circuito que une distintas estructuras. Este concepto fue inicialmente propuesto por James Papez (1937), quien describió el famoso circuito de Papez, conformado por el hipotálamo, el tálamo anterior, el hipocampo y el giro del cíngulo. MacLean amplió este modelo e incluyó otras áreas como la amígdala y la corteza orbitofrontal.

Cuando sentimos miedo, alegría o tristeza, este circuito se activa en conjunto: la amígdala evalúa el peligro, el hipotálamo ajusta las reacciones fisiológicas, el hipocampo asocia la emoción con un recuerdo y la corteza prefrontal interpreta y modula la respuesta. Así, emoción y pensamiento se entrelazan en una danza permanente.

5. De la biología a la educación emocional

Y es que comprender cómo funciona el sistema límbico no solo interesa a la neurociencia: también tiene implicaciones profundas en la educación emocional. Para los docentes, saber que las emociones influyen directamente en la atención, la memoria y el aprendizaje significa reconocer que enseñar es también emocionar.

Cuando un maestro crea un clima afectivo seguro, activa el sistema límbico de sus estudiantes en modo “apertura” y facilita el aprendizaje significativo. Por el contrario, el estrés, la amenaza o el miedo activan la amígdala de forma defensiva, bloqueando la capacidad de razonar.

En otras palabras, la educación emocional no es un complemento: es el puente entre el cerebro que siente y el cerebro que piensa.

Conclusión: emoción, razón y humanidad

Las emociones son mucho más que simples reacciones; son mensajes neurobiológicos con sentido humano. El sistema límbico de MacLean nos recuerda que no hay pensamiento sin emoción ni aprendizaje sin afecto. Comprender este entramado cerebral nos permite acompañar mejor a nuestros estudiantes, pero también a nosotros mismos, con más empatía, conciencia y equilibrio.

Porque educar, en el fondo, es un acto profundamente emocional.

📚 Referencias

MacLean, P. D. (1952). Some psychiatric implications of physiological studies on frontotemporal portion of limbic system (visceral brain). Electroencephalography and Clinical Neurophysiology, 4(4), 407–418.

MacLean, P. D. (1990). The Triune Brain in Evolution: Role in Paleocerebral Functions. Springer.

Papez, J. W. (1937). A proposed mechanism of emotion. Archives of Neurology and Psychiatry, 38(4), 725–743.

Rocha do Amaral, J., & Martins de Oliveira, J. (2007). Las tres unidades del cerebro humano. MedicinaNet Neurofisiología.

Cannon, W. B., & Bard, P. (1929). The origin of emotion. American Journal of Psychology, 41(3), 567–590.

James, W. (1884). What is an emotion? Mind, 9(34), 188–205.

 

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