La enseñanza del inglés como lengua extranjera se ha convertido en un desafío global para los sistemas educativos. No existe una receta mágica que garantice resultados inmediatos. Así lo expresa Puerres (2006), quien señala que las reformas curriculares en esta área suelen ser complejas, influenciadas por múltiples factores estructurales, culturales y pedagógicos. Y es que enseñar un segundo idioma no es solo añadir otra asignatura al horario escolar: implica un cambio profundo en la manera en que concebimos la formación de las personas.
En el caso colombiano,
el Ministerio de Educación Nacional ha asumido este reto mediante el Programa
Nacional de Bilingüismo, cuyo objetivo es formar ciudadanos capaces de
comunicarse en inglés para integrarse en una economía globalizada y participar
activamente en escenarios de comunicación intercultural (MEN, 2006). Este
enfoque responde a la Ley General de Educación (Ley 115 de 1994), que establece
la enseñanza de una lengua extranjera desde los primeros niveles escolares.
Sin embargo, aprender
un idioma extranjero va mucho más allá de fines utilitarios. Según Usma (2012),
este proceso puede tener al menos tres propósitos fundamentales: uno humanitario,
intelectual o cultural; otro cognitivo y lingüístico; y un tercero instrumental
y práctico. Estos tres niveles reflejan distintas dimensiones del ser
humano y nos invitan a entender la enseñanza de lenguas no solo como una
herramienta para el mercado laboral, sino como una forma de enriquecer la
mente, abrir el corazón a otras culturas y dar sentido a la comunicación
humana.
La verdad es que
enseñar una lengua no puede reducirse a repetir estructuras o memorizar
vocabulario. Es mucho más que eso. Es acompañar a cada estudiante en un viaje
de descubrimiento personal, social y emocional. Por eso, es clave considerar
enfoques educativos integrales que promuevan el aprendizaje autónomo, el
uso pedagógico de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC),
y una formación basada en la autorregulación como núcleo del proceso
formativo.
Zimmerman (2000)
define la autorregulación como un proceso en el que las personas generan
pensamientos, emociones y acciones de manera cíclica, con el fin de alcanzar
sus metas. Aplicado a la educación, este enfoque reconoce que los estudiantes,
con el acompañamiento docente y el apoyo institucional, pueden convertirse en
protagonistas activos de su aprendizaje. Esta visión fomenta un desarrollo
integral que articula el saber-saber (conocimientos), el saber-hacer
(habilidades) y el saber-ser (actitudes y valores).
Desde esta
perspectiva, el enfoque sistémico cobra especial relevancia. Entender la
educación como un sistema implica reconocer que cada parte —el currículo, la
escuela, el entorno, las familias, las tecnologías, los docentes, los propios
estudiantes— influye en el todo. Esto permite adoptar decisiones más
conscientes y contextualizadas que responden a los desafíos reales de la
sociedad contemporánea (Bronfenbrenner, 1986).
Además, al integrar
distintas teorías del aprendizaje, como el constructivismo, se construye
una propuesta educativa más sólida. Por ejemplo:
- Jean Piaget aportó la Teoría del Desarrollo
Cognitivo, que nos recuerda que el aprendizaje se da en etapas y debe
respetar el ritmo individual del estudiante.
- Ernst von Glasersfeld defendió la idea de un conocimiento
activo, construido por quien aprende.
- Noam Chomsky, con su Teoría Innatista, subrayó la
existencia de una capacidad natural para adquirir lenguaje.
- Jerome Bruner promovió el aprendizaje por
descubrimiento, y
- David Ausubel, junto con Joseph Novak y Helen
Hanesian, desarrollaron el concepto de aprendizaje significativo,
según el cual aprendemos de verdad cuando conectamos lo nuevo con lo que
ya sabemos.
Y es que aprender una
lengua no es solo formar hábitos mecánicos. Es interactuar con el mundo, con
otras personas y con uno mismo. Gounari (2008) nos invita a pensar el lenguaje
como una práctica social, cultural e histórica profundamente humana. En ese sentido,
la enseñanza del inglés debe promover escenarios auténticos de comunicación,
donde el error se vea como parte del proceso, la diversidad como una riqueza, y
la participación como una herramienta de crecimiento.
Por ello, una
propuesta formativa sólida debe articular el desarrollo de competencias
investigativas desde las primeras etapas del aprendizaje. Esto no significa
que todos deban convertirse en científicos, sino que se fomente una actitud
reflexiva, curiosa y crítica frente al conocimiento. Los proyectos de aula, por
ejemplo, son una excelente estrategia para tender puentes entre la teoría y la
vida cotidiana del estudiante, entre la escuela y el mundo que la rodea.
Finalmente, desde una
mirada contemporánea, formar docentes y profesionales en bilingüismo requiere
mucho más que dominio del idioma. Implica la capacidad de innovar en las
prácticas pedagógicas, asumir compromisos éticos con sus estudiantes y con
la sociedad, y estar en constante actualización. Es un llamado no solo a
enseñar inglés, sino a educar en inglés con sentido, con alma y con visión
humana.
Referencias
Bronfenbrenner, U.
(1986). Ecología del desarrollo humano. Paidós.
Gounari, P.
(2008). Language as a social practice: Critical perspectives on language
education. In N. Hornberger (Ed.), Encyclopedia of Language and
Education (pp. 1–13). Springer.
Ministerio de
Educación Nacional (MEN). (2006). Programa Nacional de Bilingüismo 2004-2019. Bogotá: MEN.
Puerres, N. (2006). Política
lingüística en América Latina: entre reformas y desafíos. Revista
Latinoamericana de Estudios Educativos, 36(2), 123–140.
Usma, J.
(2012). From transnational language policies to local appropriation of English
language teaching: A critical perspective. HOW Journal, 19(1),
11–24.
Zimmerman,
B. J. (2000). Attaining self-regulation: A social cognitive perspective. In M.
Boekaerts, P. Pintrich, & M. Zeidner (Eds.), Handbook of Self-Regulation
(pp. 13–39). Academic Press.
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