sábado, 12 de julio de 2025

Aprender a volar en la virtualidad: el modelo de cinco etapas de Gilly Salmon como brújula para una pedagogía resiliente

 Vivimos un momento en el que enseñar y aprender han dejado de estar amarrados a un salón de clases. En la emergencia educativa que trajo la pandemia de COVID-19, miles de docentes —quizás como tú— nos vimos en la necesidad de improvisar, adaptar y resistir. Algunos logros fueron sorprendentes; otros, dolorosamente insuficientes. Sin embargo, de esa experiencia también emergieron preguntas urgentes: ¿Qué significa enseñar en la virtualidad? ¿Cómo acompañar los procesos de aprendizaje cuando hay distancias físicas, emocionales y tecnológicas?

La verdad es que no basta con digitalizar contenidos ni replicar el aula presencial en una videollamada. Necesitamos repensar nuestras prácticas desde una pedagogía resiliente: una que, como sugiere Tange (2020), anticipe las interrupciones, abrace la flexibilidad y coloque al cuidado y a la comunidad en el centro del aprendizaje.

Aquí es donde el modelo de las cinco etapas del aprendizaje en línea de Gilly Salmon (2000, 2011) ofrece una hoja de ruta poderosa. Lejos de ser una receta, este modelo propone un proceso gradual de construcción de conocimiento colectivo, donde el rol del docente se transforma de guía técnico a moderador reflexivo y, finalmente, facilitador de la autonomía.

1. Acceso y motivación: abrir la puerta con hospitalidad

Comenzar a aprender en línea no es fácil. La ansiedad, la falta de familiaridad con las plataformas o la desconexión emocional pueden hacer que el primer paso sea el más difícil. En esta etapa, el papel del docente no es tanto enseñar contenido, sino dar la bienvenida, orientar, animar. Se trata de construir un entorno donde el estudiante sienta que pertenece, que puede equivocarse sin miedo y que no está solo. Las primeras actividades —las llamadas e-tivities— deben ser amables, humanas, casi como una conversación: "¿Cómo te sientes hoy aprendiendo desde casa?", "Cuéntanos algo que te haga sentir curiosidad".

Como diría Vygotsky (1978), aquí el docente actúa como un andamio: facilita, guía, acompaña. Lo importante no es solo conectarse, sino conectarse con sentido.

2. Socialización en línea: construir comunidad

Una vez dentro, es hora de crear lazos. Aprender no es una tarea individualista. Según Bandura (1977), aprendemos en relación con otros, observando, imitando, dialogando. Esta etapa se enfoca en que el grupo se conozca, construya confianza, y acuerde cómo quiere convivir en el espacio digital. ¿Qué significa respetar el turno de la palabra en un foro? ¿Cómo pedimos ayuda? ¿Qué tipo de humor nos une?

El docente aquí propone, observa, interviene con suavidad. Más que enseñar normas, ayuda a co-construir una cultura común, una red de significados compartidos que sostendrá el aprendizaje posterior.

3. Intercambio de información: compartir saberes, construir significados

Cuando ya hay confianza, comienzan a circular las ideas. Las actividades en esta etapa promueven el intercambio genuino de información, la construcción conjunta de sentido. El grupo se transforma en una comunidad de práctica (Wenger, 1998), y el rol del docente se vuelve más estratégico: plantea preguntas, provoca el debate, asigna roles.

Aquí es fundamental fomentar la retroalimentación entre pares. No se trata de decir "lo hiciste bien", sino de preguntar: "¿Cómo entendiste esto? ¿Qué opinas sobre la idea de tu compañera?". Este ejercicio afina la escucha, fortalece la argumentación y entrena el pensamiento crítico.

4. Construcción del conocimiento: aprender desde la reflexión colectiva

Llegados a este punto, los estudiantes ya no solo comparten datos: empiezan a construir conocimiento crítico juntos. Las discusiones se vuelven más profundas, conectan la teoría con sus propias experiencias. El aprendizaje ya no se siente como una tarea impuesta, sino como una conversación valiosa.

El docente, ahora más retirado, lanza preguntas provocadoras, ofrece marcos conceptuales, y sobre todo, promueve la reflexión: "¿Qué implicaciones tiene esto en tu contexto escolar? ¿Cómo transformarías esta idea en una práctica concreta?". El objetivo no es llegar todos al mismo lugar, sino crear un mapa colectivo de comprensiones múltiples.

5. Desarrollo: autonomía y transformación

La última etapa es un regalo. Aquí los estudiantes asumen la conducción del aprendizaje, exploran nuevas ideas, se atreven a cuestionar. El docente interviene solo cuando es necesario. La reflexión metacognitiva es clave: "¿Qué he aprendido? ¿Cómo lo aprendí? ¿Qué haré distinto a partir de ahora?"

Es un momento de empoderamiento y expansión, en el que incluso los más tímidos pueden emerger como líderes de diálogo o mentores de sus compañeras.

Resiliencia pedagógica: más que un modelo, una actitud

El modelo de Salmon no pretende ser una fórmula cerrada. Más bien, nos invita a pensar en la enseñanza como un proceso vivo, afectivo y situado. Nos recuerda que en la virtualidad, la relación humana no desaparece: se transforma.

Si entendemos el aprendizaje como una construcción social, como una danza entre teoría y experiencia, entre guía y autonomía, entonces nuestras aulas digitales pueden convertirse en espacios de esperanza, creatividad y cuidado. No se trata solo de enseñar en línea, sino de enseñar con presencia, aunque estemos a kilómetros de distancia.

Referencias

Bandura, A. (1977). Social Learning Theory. Prentice-Hall.

Salmon, G. (2002). E-tivities: The Key to Active Online Learning. Taylor & Francis.

Salmon, G. (2011). E-moderating: The Key to Teaching and Learning Online (3rd ed.). Routledge.

Tange, H. (2020). Resilient Pedagogy: Designing Learning for Uncertain Times. Grand Valley State University. https://www.gvsu.edu/ftlc/preparing-for-fall-2020-resilient-pedagogy-356.htm

Vygotsky, L. S. (1978). Mind in Society: The Development of Higher Psychological Processes. Harvard University Press.

Wenger, E. (1998). Communities of Practice: Learning, Meaning, and Identity. Cambridge University Press.

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