Vivimos un momento en el que enseñar y aprender han dejado de estar amarrados a un salón de clases. En la emergencia educativa que trajo la pandemia de COVID-19, miles de docentes —quizás como tú— nos vimos en la necesidad de improvisar, adaptar y resistir. Algunos logros fueron sorprendentes; otros, dolorosamente insuficientes. Sin embargo, de esa experiencia también emergieron preguntas urgentes: ¿Qué significa enseñar en la virtualidad? ¿Cómo acompañar los procesos de aprendizaje cuando hay distancias físicas, emocionales y tecnológicas?
La verdad es que no
basta con digitalizar contenidos ni replicar el aula presencial en una
videollamada. Necesitamos repensar nuestras prácticas desde una pedagogía
resiliente: una que, como sugiere Tange (2020), anticipe las interrupciones,
abrace la flexibilidad y coloque al cuidado y a la comunidad en el centro del
aprendizaje.
Aquí es donde el modelo
de las cinco etapas del aprendizaje en línea de Gilly Salmon (2000, 2011)
ofrece una hoja de ruta poderosa. Lejos de ser una receta, este modelo propone
un proceso gradual de construcción de conocimiento colectivo, donde el rol del
docente se transforma de guía técnico a moderador reflexivo y, finalmente,
facilitador de la autonomía.
1. Acceso y
motivación: abrir la puerta con hospitalidad
Comenzar a aprender en
línea no es fácil. La ansiedad, la falta de familiaridad con las plataformas o
la desconexión emocional pueden hacer que el primer paso sea el más difícil. En
esta etapa, el papel del docente no es tanto enseñar contenido, sino dar la
bienvenida, orientar, animar. Se trata de construir un entorno donde el
estudiante sienta que pertenece, que puede equivocarse sin miedo y que no está
solo. Las primeras actividades —las llamadas e-tivities— deben ser
amables, humanas, casi como una conversación: "¿Cómo te sientes hoy
aprendiendo desde casa?", "Cuéntanos algo que te haga sentir
curiosidad".
Como diría Vygotsky
(1978), aquí el docente actúa como un andamio: facilita, guía, acompaña. Lo
importante no es solo conectarse, sino conectarse con sentido.
2. Socialización en
línea: construir comunidad
Una vez dentro, es
hora de crear lazos. Aprender no es una tarea individualista. Según
Bandura (1977), aprendemos en relación con otros, observando, imitando,
dialogando. Esta etapa se enfoca en que el grupo se conozca, construya
confianza, y acuerde cómo quiere convivir en el espacio digital. ¿Qué significa
respetar el turno de la palabra en un foro? ¿Cómo pedimos ayuda? ¿Qué tipo de
humor nos une?
El docente aquí
propone, observa, interviene con suavidad. Más que enseñar normas, ayuda a
co-construir una cultura común, una red de significados compartidos que
sostendrá el aprendizaje posterior.
3. Intercambio de
información: compartir saberes, construir significados
Cuando ya hay
confianza, comienzan a circular las ideas. Las actividades en esta etapa
promueven el intercambio genuino de información, la construcción conjunta de
sentido. El grupo se transforma en una comunidad de práctica (Wenger,
1998), y el rol del docente se vuelve más estratégico: plantea preguntas,
provoca el debate, asigna roles.
Aquí es fundamental
fomentar la retroalimentación entre pares. No se trata de decir "lo
hiciste bien", sino de preguntar: "¿Cómo entendiste esto? ¿Qué opinas
sobre la idea de tu compañera?". Este ejercicio afina la escucha,
fortalece la argumentación y entrena el pensamiento crítico.
4. Construcción del
conocimiento: aprender desde la reflexión colectiva
Llegados a este punto,
los estudiantes ya no solo comparten datos: empiezan a construir
conocimiento crítico juntos. Las discusiones se vuelven más profundas,
conectan la teoría con sus propias experiencias. El aprendizaje ya no se siente
como una tarea impuesta, sino como una conversación valiosa.
El docente, ahora más
retirado, lanza preguntas provocadoras, ofrece marcos conceptuales, y sobre
todo, promueve la reflexión: "¿Qué implicaciones tiene esto en tu contexto
escolar? ¿Cómo transformarías esta idea en una práctica concreta?". El objetivo
no es llegar todos al mismo lugar, sino crear un mapa colectivo de
comprensiones múltiples.
5. Desarrollo:
autonomía y transformación
La última etapa es un
regalo. Aquí los estudiantes asumen la conducción del aprendizaje,
exploran nuevas ideas, se atreven a cuestionar. El docente interviene solo
cuando es necesario. La reflexión metacognitiva es clave: "¿Qué he
aprendido? ¿Cómo lo aprendí? ¿Qué haré distinto a partir de ahora?"
Es un momento de empoderamiento
y expansión, en el que incluso los más tímidos pueden emerger como líderes
de diálogo o mentores de sus compañeras.
Resiliencia
pedagógica: más que un modelo, una actitud
El modelo de Salmon no
pretende ser una fórmula cerrada. Más bien, nos invita a pensar en la enseñanza
como un proceso vivo, afectivo y situado. Nos recuerda que en la virtualidad,
la relación humana no desaparece: se transforma.
Si entendemos el
aprendizaje como una construcción social, como una danza entre teoría y
experiencia, entre guía y autonomía, entonces nuestras aulas digitales pueden
convertirse en espacios de esperanza, creatividad y cuidado. No se trata
solo de enseñar en línea, sino de enseñar con presencia, aunque estemos a
kilómetros de distancia.
Referencias
Bandura, A.
(1977). Social Learning Theory. Prentice-Hall.
Salmon, G.
(2002). E-tivities: The Key to Active Online Learning. Taylor & Francis.
Salmon, G.
(2011). E-moderating: The Key to Teaching and Learning Online (3rd ed.).
Routledge.
Tange, H.
(2020). Resilient Pedagogy: Designing Learning for Uncertain Times.
Grand Valley State University.
https://www.gvsu.edu/ftlc/preparing-for-fall-2020-resilient-pedagogy-356.htm
Vygotsky,
L. S. (1978). Mind in Society: The Development of Higher Psychological
Processes. Harvard University
Press.
Wenger, E.
(1998). Communities of Practice: Learning, Meaning, and Identity. Cambridge University Press.
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