El enfoque basado en tareas es un paradigma pedagógico que se centra en el uso del lenguaje como una herramienta de comunicación real, en lugar de tratarlo únicamente como un objeto de estudio. Según este enfoque, una tarea se define como una actividad lingüística que simula situaciones de la vida cotidiana, con el propósito de promover la práctica del idioma en contextos auténticos. Este modelo no solo busca el intercambio de información, sino que también fomenta la creación y el intercambio de significados, permitiendo a los estudiantes alcanzar un entendimiento mutuo. De este modo, el aprendizaje de la lengua se integra en actividades que reflejan los procesos comunicativos naturales que ocurren fuera del aula, facilitando la transferencia de habilidades lingüísticas a situaciones reales (Breen, 1987).
Al adoptar este enfoque, los
estudiantes asumen un papel más activo en su aprendizaje, pues deben comprender
la información, manipular los exponentes lingüísticos y producir declaraciones
para comunicarse con otros. Además, se les requiere reflexionar sobre su uso
del lenguaje, lo cual promueve una mayor conciencia metacognitiva en el proceso
de aprendizaje (Willis, 1996). En este sentido, Breen (1987) define una tarea
como "cualquier esfuerzo de aprendizaje de la lengua que tenga un objetivo
particular, contenido apropiado, un procedimiento de trabajo específico, y un
rango de resultados", lo que implica que las tareas van desde ejercicios
simples hasta actividades más complejas como la resolución de problemas
grupales o simulaciones.
Un ejemplo clave de la
aplicación de este enfoque es el trabajo realizado por Prabhu en el Proyecto de
Enseñanza Comunicacional en Bangalore, India, que es considerado uno de los
primeros estudios centrados en la pedagogía basada en tareas. Prabhu (1987)
propuso que el lenguaje se adquiere mejor cuando los estudiantes se enfocan en
el significado y no en la forma. Es decir, durante las interacciones
comunicativas, los estudiantes aprenden el idioma de manera más efectiva cuando
su atención está puesta en el contenido de los mensajes, en lugar de centrarse
exclusivamente en los aspectos formales del lenguaje, como la gramática o el
léxico. Este enfoque subraya que el proceso de aprendizaje debe ser más
holístico, involucrando tanto el desarrollo de habilidades cognitivas como la
integración del lenguaje en contextos comunicativos reales.
Para estructurar las tareas,
Prabhu (1987) clasificó las actividades en tres tipos: actividades de vacío de
información, actividades de opinión y actividades de razonamiento. Las
actividades de vacío de información implican el intercambio de información entre
los estudiantes, como en los ejercicios en los que cada uno tiene una parte de
la información y debe transmitirla a su compañero. Las actividades de opinión
fomentan la expresión de preferencias y sentimientos, como en la discusión de
un tema o la finalización de una historia. Por último, las actividades de
razonamiento requieren el uso de inferencias y deducciones para obtener nueva
información, como calcular horarios o decidir sobre el mejor curso de acción en
un escenario dado.
Siguiendo el modelo de Prabhu,
los programas pedagógicos basados en tareas se organizan en dos fases
principales: la tarea previa y la tarea misma. La tarea previa implica una
introducción del tema, en la que el docente presenta el contenido relevante y regula
la dificultad de la tarea, además de generar el interés en los estudiantes. La
fase principal de la tarea se centra en la realización de la actividad por
parte de los estudiantes de manera autónoma, promoviendo un esfuerzo individual
dirigido a alcanzar un objetivo claro (Willis, 1996). En este proceso, el
docente actúa como facilitador, guiando el aprendizaje sin intervenir
directamente en la ejecución de las tareas.
Además de la estructura de las
tareas, la implementación del enfoque basado en tareas requiere que se ofrezcan
condiciones que favorezcan la adquisición del lenguaje de manera natural. Según
Willis (1996), las condiciones clave para el éxito de este enfoque incluyen la
exposición comprensible a un lenguaje real, la oportunidad de usar el idioma en
situaciones auténticas, la motivación para comprender y producir mensajes, y un
enfoque en la forma lingüística para evitar la fosilización y promover el aprendizaje
continuo.
En términos de la organización
de las lecciones, el ciclo de la tarea se divide en tres fases: la pre-tarea,
la tarea y el reporte. Durante la pre-tarea, se introduce el tema, se exploran
los conocimientos previos de los estudiantes y se presenta el vocabulario y las
expresiones clave para la tarea. La fase de la tarea involucra la ejecución de
la actividad, en la que los estudiantes emplean sus habilidades lingüísticas
para completar la tarea de forma autónoma, mientras el docente observa y ofrece
apoyo cuando sea necesario. Finalmente, el reporte permite a los estudiantes
presentar los resultados de su trabajo y recibir retroalimentación constructiva
(Willis, 1996).
En conclusión, el enfoque
basado en tareas representa un avance significativo en la enseñanza de lenguas
extranjeras, al centrar el aprendizaje en la comunicación real y en la
resolución de problemas auténticos. Este enfoque no solo promueve el uso del lenguaje
en contextos naturales, sino que también fomenta el desarrollo cognitivo y
metacognitivo de los estudiantes, facilitando su autonomía y reflexión sobre el
uso del idioma. Como señalan Breen (1987) y Prabhu (1987), este tipo de
enseñanza permite a los estudiantes adquirir la lengua de forma más integral y
significativa, preparándolos para usarla en situaciones de la vida real.
Referencias:
Breen, M. P. (1987). Learner
contributions to task design. In C. J. Brumfit & R. A. Hines (Eds.), Focus
on the learner (pp. 23-46). Oxford University Press.
Prabhu, N. S. (1987). Second
language pedagogy. Oxford University Press.
Willis, J. (1996). A
framework for task-based learning. Longman.
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